jueves, 11 de febrero de 2016

CARTAS A MARIALUISA


 Mi querida Marialuisa: 

Por Leonardo Hernández López

Llegaron las tardes de verano con su paso lento y las coincidencias se juntaron una tarde de té.  Recuerdo que usted cree en las casualidades.  Si es así, tenga mucho cuidado cuando el techo de la casa se humedezca y caiga por el piso haciéndose añicos, pues yo estaré pensando en usted. Olvídese de caminar apenumbrada durante el paseo con el perro y fúmese un tabaquito o una bachita en la esquina mientras espera a que den las diez; eso sí, cuídese mucho, Marialuisa, pues yo estaré pensando en usted. Suéñese mucho, Marialuisa, que su nombre contempla en el contenido las alabanzas a algunas vírgenes rotas y otras por amar. Cáigase, levántese, aprenda de memoria un poema, dígalo a la noche; viájese mucho: aún faltan los días en Argentina —empaque el libro de Cortázar—; planear a la familia, el parto, la ropa, la escuela, la universidad, los nietos; júntese todas las llaves de la casa, cierre las perillas de la estufa, asegure los picaportes de las puertas, deje de comer a los gatos, tienda las sábanas mojadas en los sillones, empareje un poco las ventanas, riegue las plantas, no pague las deudas a los bancos (son unos rateros comemierda), guarde todo en cajas: la muñeca de su cuarto, los cuadros de la sala, las tazas de porcelana, las postales viejas con recuerdos manuscritos… Hagamos un trato, Luisa, Marial, Marialuisa: deje fuera todos los sueños rotos y váyase lejos, al sur, al norte, a donde sea. Y por favor: cuídese mucho, Marialuisa, que yo estaré pensando en usted en cada merienda. 


Mi querida Marialuisa, otra vez: 

¿Que no se acuerda de mí? !Qué dualidad tan tonta es ésta? Yo no le tengo miedo ni a Benedetti ni a Gelman ni a Oliverio, mucho menos al dipsómano y bohemio poeta. El halo de su recámara era tenue, sí, y el de la sala más, pero mi memoria la tiene cruzada en el contraste de su piel blanca y su cabello corto oscuro. Y lo que es peor, aún recuerdo sus labios de espuma recorrer mi abdomen y mi vientre; sus gemidos silenciosos martillean mis tímpanos como pavorosos colibríes, y sus pies tan sencillamente poco ingrávidos al rose de mis ma-nos dejan hoy huellas en el fondo de unas sábanas a medio dormir. Tampoco se preocupe, que de tanto en tanto me enamoro y no pretendo quererla. Y déjeme decirle que las esperanzas ni son tan dulces ni tan mansas y las promesas ni tan leves: sólo se toman o se dejan. Yo no hago trueques y menos cotejos. Yo doy. No soy un donjuán y tampoco tengo una vejez muy triste a cuestas. Y mi último optimismo sería que en verdad me ofreciera su última confianza. ¡Ah, con que no se acuerda de mí!


Holografías ancestrales (Marialuisa nuevamente) 

Las letras manuscritas me causan un extraño sentimiento de melancolía. Son un cuerpo caído al infinito con sus curvas entrelazadas sobre una línea imaginaría de una mano que ya no está. Van, vienen, regresan al principio, vuelven al final. Me recuerdan a mis padres, a mis viejos; creo que mis abuelos ni sabían escribir: no los conocí mucho. Y ahora usted llega con esto. ¿Qué nos quiere decir? ¿Qué busca? ¿Qué dilema es éste? ¿Acaso es un juego de acertijos sobre la mesa? Déjeme adivinarlo. Son sus ancestros. Esas  que circunscriben a sus ojos pro-fundos y negros las escribió su abuelo: se quería comer al mundo. ¡Ah! Y me imagino las labiales consonánticas articuladas con la oclusión del flujo de aire de la boca de su abuela al leerlas: plosiva y explosivamente como usted. Esas yes, tan copulativas y arrugadas como los padres de sus padres de sus padres de sus padres. Les encantaba pronunciarlas juntos a todos: “Y nos amaremos y viviremos y soñaremos y nos escribiremos hasta siempre”. Un lugar aparte les corresponde a las fricativas, las maternales: su escritura en las postales rugosas me suenan a un estrechamiento de los órganos articulatorios; al pronunciarlas se modifica la acústica de las corrientes de aire de los muslos y los vientres yuxtapuestos. Los recuerdos de una fricción turbulenta de las equis, la eses o las efes como ondas periódicas dibujan la sangre de sus tátaratátaratatarabuelas: su acento fonético es la dimensión corporal de sus ancestros. ¡Ay, y las demás vocales! Si tan sólo mi voz pudiera extraerlas y suspirarlas de su nombre. 

Y allí usted, cual letra de postal manuscrita, con el rostro congelado, en blanco y negro, sin decir ni una palabra, a la expectativa, con sus cabellos aún largos, llena de recuerdos que se confunden entre el aquí, el ahora y la languidez de su autorretrato. Allí usted, nuevamente usted, porque es bien lindo imaginarla en mis historias… 



Ilustración : Sibyá Cypsela


        




Leonardo Hernández López. Escribidor de cortoletrajes, haikus y uno que otro poema en prosa. Ciclista urbano por convicción de la casa al trabajo y viceversa; de vez en cuando practica yudo y le gusta el jugo, que no el yugo. En sus ratos libres es editor y corrector de estilo en el Instituto de Investigación Bibliográfica de la UNAM. Es maestro en Historia por la misma universidad y le interesa leer acerca cultura impresa y escrita, censura inquisitorial de libros en la Nueva España y uno que otro tema relacionado con las prácticas populares en ese periodo. Escritor preferido: Reinaldo Arenas.

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