sábado, 3 de septiembre de 2016

AGØNÍA


Por Frida Estrada


-Si miras a tu alrededor te darás cuenta de lo que vive dentro de mí… En momentos puede ser obscuro, pero no temas, tu luz reflejada en mis pupilas ilumina el cuarto donde se hallan nuestros corazones plenos…-

Así a veces nuestros umbrales urgidos por un singular destino, tras los pasos precipitados del día. Había perdido el porvenir y sin vida adelante, solo las materias pretéritas eran capaces de reunir sangre.
Comenzaba el recuerdo: con sus manos le hizo una caricia rencorosa a aquel baúl de paja; se sabe del desamor o la soledad, también del desdén y la rabia irrevocables. Y como puertas descubrió el mensaje, más su corazón se revolvía furioso, un extraño tipo de sentimiento. No el amor, no la muerte, no la traición, no la vida misma. Era eso que nadie puede entender sino cuando el alma vibra solitaria como una memoria táctil del suceso: Recuerdo casi vegetal de emociones reflejadas, el miedo por ejemplo, o el dolor.
Una memoria de luces con sangre, como si embistieran en cada parpadeo.
- No pienses más en esos ojos que te duelen- se decía, Solo el padecimiento revela nuestro verdadero rostro ante el reflejo enfermo, ante una imagen distorsionada. Ahora la luna, apenas una mancha de luz; sol enfermo que de pronto con su rayo vengativo destruye el ser, luz maldita de un cielo de tormenta. Tomó del baúl aquella piedra de mar que simulaba el corazón; esa piedra que un día estrecho como se estrecha un ave, ave inmensa de pluma donde se entierra un rostro. Se dio cuenta que ya no era un ave sino una roca, como la dura montaña. La piedra se aproximaba al corazón y moriase el cuerpo también.

Sin advertir el recuerdo:
Los cuerpos jugaban en la oscuridad entre risas, se entrelazaban las cinturas. Fría culebra gruesa que entre dedos se resbalaba, ahí donde la maleza del jardín sostiene los cuerpos mate con palidez de escama, ojos del desdén buscando el fruto de lo prohibido.
- Te amo, como la luna ama la sangre de los amantes, la luna busca en las venas, luna que enciende la noche y ahora llena a los cuerpos de amarillas pasiones-, solo la voz eco de la memoria perdida en aquel abismo…
Su corazón latía con una fuerza irregular, ahora con lentitud angustiosa.

Huir, Huir. Era preciso Huir.

Necesitaba del silencio, un silencio sedante, la desnudez hostil de la verdad que traza un paisaje de escombros, tierra quebrada. Pero aun en su
silencio se hundía más y más salían viejas tempestades, destellos de imágenes como esbozos para comprender, recorriendo con uno de sus dedos el contorno de sus labios, poseía una extraña fijación.

¿Dónde sino en los labios puede quedar el eco de nuestra vida?








Frida Estrada. 
Poeta y prosista se reinventa con la palabra que habita en ella. Ha publicado poemas en “antologías arrabaleras y participado en eventos culturales como en la sierra de Oaxaca y en el centro del estado en festivales eróticos de cortometraje. Actualmente trabaja en la fotografía y es miembro del colectivo laberinto de palabras. Que dirige un taller de creación literaria en la casa refugio Hankili África.

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