viernes, 1 de julio de 2016

FRANZ SCHUBERT

Por Frida Estrada


INCONCLUSA

En la sala esperábamos a que la música sanara nuestro corazón
Poco a poco fui dándome cuenta que tú estabas desvaneciéndote en el asiento de al lado. Y sólo era mi recuerdo que se aferraba al tuyo.
<< ¿Me amas?>> Te miré por un instante con una sonrisa casi marcada. <<Te amo. Sí>> y se cerró la sala para dar inicio a la “Inconclusa”, de Schubert. El abrazo de la música inició…
Me silbaban los oídos. Ecos. Sueños de melodía se detenían. Vacilaban en la garganta como agua muy triste. <<Tienes los ojos secos>> Una lagrima recorrió mi mejilla. La tomé y suave la posé sobre uno de tus ojos.
Los señores sentados sobre sus apariencias bostezaban sin desconfianza.
Las luces bajaron y sólo seguía la filarmónica.
No se reconocían los ojos equidistantes, era turno de Promenade Orquestación de Maurice Ravel. Pero nadie mojaba su piel. Porque todos saben que el sol da notas altas. Tan altas que los corazones se hacen cárdenos y solo te miraba…
Pequeño árbol caído del viento que espera en el fondo de la tierra a las imposibles aves. Pero hay que llorar esas somnolientas caricias que al borde de los lagrimales esperan, sólo a que el día caiga para rodar a algún estanque. Tú y yo jugábamos a la memoria y a la poesía. Seguían los acordes y recordaba entrecerrando los párpados. No escuché tu respuesta. Seguía la música <<De la poesía me quedan las imágenes, las hermosas metáforas visuales...>> En cambio yo:
Cada olvido me llena de sombra. Y basta con recuerdos para marchitarme. Recuerdo tus ojos, al oírme, tratando de entender un poco del lenguaje poético.
Escuchaba la orquestación y llegó a mí como un tirón profundo capaz de escuchar el dolor. No solo el mío sino el de la especie. Que al igual que yo lloraba con la música. Sentir por un instante que puedo recorrer el mundo, mirando a un pequeño insecto distraído. De hacerme polvo al golpe de una frase de reproche. Pero también de renacer. Distinta. Para en seguida volver a morir. Sumergiéndome en el pasado.
<< Que puede al fin ahogarme >>
Cerré los ojos. Volví a mirar.
Nuestras manos reconociendo sus texturas
¡Resurrección!

Mi corazón palpitaba fuerte sabiendo que el tuyo estaba oculto bajo un laberinto impenetrable. Al fin. Abandonaste mi mano.
Un intermedio, se encendieron las luces. Pero todos callados. Sentados revisando sus teléfonos. Hablando. Miré sus realidades.
Las cabezas todas vacilaban y los murmullos crecían. Y yo miré a todos esos seres de palo. Quería existir un denso crecimiento de nadas palpitantes, el flujo de la sangre se sentía frío y mi corazón poco a poco mermaba. Salí de la sala casi corriendo tratando de respirar y miré por la ventana que me encontró pidiendo al azul del cielo una esperanza.
Las personas de palo yacían en sus asientos. Y se ignoraba todo.
Regresé a la sala, las luces volvieron a bajar. La nada se presentó como cuento de infancia que se pone blanco cuando hace falta el respiro.
Cuando ha llegado el instante de comprender que la sangre no existe.
Una claridad incierta va humedeciendo las cosas que forman el paisaje, las cosas que uno trata de adivinar en la oscuridad.
Entonces… Necesito entrecerrar los ojos para captar una forma.
Salimos de la sala. Tú y yo. Bastó un viento fuerte para aniquilar todos los colores…
<< Me amas, di. >





Frida Estrada. Poeta y prosista se reinventa con la palabra que habita en ella. Ha publicado poemas en “antologías arrabaleras y participado en eventos culturales como en la sierra de Oaxaca y en el centro del estado en festivales eróticos de cortometraje. Actualmente trabaja en la fotografía y es miembro del colectivo laberinto de palabras. Que dirige un taller de creación literaria en la casa refugio Hankili África.

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