Por Jesús Alonso/ Corrección de Elena Rosillo
Aquel día apenas avancé debido al calor que reinaba. Todo el esfuerzo empleado no condujo a nada. Estaba demasiado cansado y dudé si continuar. En un momento dado me observé fijamente reflejado en un charco. Estaba de rodillas, sollozando. Sin mediar palabra decidí volver a casa, pues no estaba rindiendo lo suficiente. Me incorporé y asentí con la cabeza a mi yo acuático mientras me secaba el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Después de abandonar por ese día, me encaminé entre los árboles hacia mi camioneta fumando un cigarrillo. Me detuve, saqué una petaca con motivos grabados difíciles de distinguir. Dí un trago al aguardiente. Al dirigir la mirada al frente di con un par de pesados jabalíes que bajaban por la ladera de la montaña. Estaban a una prudente distancia.
No lo pensé dos veces. Aproveché la ocasión y, sin apuntar, disparé mi escopeta contra uno de ellos que cayó al suelo fulminado después de lanzar un gruñido que sonó como a cañería hueca. Lo cargué con dificultad sobre mis hombros. Al llegar hasta mi vehículo solté a la fiera ya casi fría sobre el suelo. Mientras conseguía espacio en el maletero de mi camioneta advertí la presencia de un señor muy delgado, con aspecto
cansado, densa barba blanca y ropas holgadas. Giré la cabeza y ahí estaba él observando mi trabajo. Lo primero que me llamó la atención fueron sus manos, en las cuales reinaba un aspecto demasiado dulce para ser un cadáver. Ya estaba a unos pocos metros de mí gracias a los pasos que hacia atrás dio. Lo suficiente como para hablar sin apenas alzar la voz.
“Buenas noches, señor…”, “Simón... Simón Fonseca”. Respondió de inmediato con voz temblorosa y una mirada desde el miedo.
“Buenas noches, señor Simón Fonseca” le dije.
“Mi nombre es Edwin Palace”. ¿Que le trae por aquí? Está anocheciendo, pronto caerá la oscuridad sobre estos parajes. No hay luna y será difícil caminar por ellos. No se preocupe, sé por donde piso aún. No soy más que un viejo... un viejo de lentos movimientos, pero ya me las apaño solo para volver a la ciudad.
Oh, lo siento señor Fonseca, no era mi intención ofenderle. Sólo quería avisar de lo peligroso de esta zona, no es la primera vez que alguien, en la oscuridad, se despeña por algunas de las numerosas simas y laderas que existen. ¿No lo ha pensado?
El viejo, inmóvil y tembloroso comenzó a tartamudear de pánico.
Gracias por la información, pero yo tan solo quiero alejarme tranquilamente.
No quiero ocasionar problemas. Jamás le vi a usted ni sé de
sus asuntos.
De repente comencé a caminar en círculos alrededor del
señor Fonseca y a contarle, mientras señalaba el maletero
de la camioneta, que por esa razón que se alojaba dentro
ya sin vida, había decidido venir a la montaña.
Es mi última oportunidad de alcanzar la tranquilidad que
me perturba estos días y usted sabe demasiado señor
Fonseca. Creo que es mi deber matarle a usted. Entre
escombros y miseria yacerán sus huesos. Tengo que
hacerlo para dar por terminado este trabajo, pero no
tengo prisa. Esperaré a que termine de llorar como un
crío para acabar con usted en segundos.
Su llanto se hizo mas insoportable y grité: “¡Maldito
anciano! ¡Olvídese de este mundo para siempre!”.
¡Oh si! el disparo sonó con un gran eco entre los
árboles para perderse en la lejanía del valle. Volvió
el silencio en poco tiempo. Traté con cariño a mi
escopeta y me dije mientras la acariciaba: “Es
cierto Edwin Palace... Necesita de una mano
prodigiosa que la devuelva a su estado original.
Mañana la llevaré a la armería del ejército.
Desde luego que no es una tienda barata pero
merecerá la pena ver relucir de nuevo estos
cañones”.
Cargué ambos cadáveres junto al de la
chica. Luego me arrepentí y abandoné al
jabalí ya sin vida entre los arbustos más
cercanos. Arranqué la camioneta y me fui
a descansar. La jornada me agotó por
completo.
Aproveché la noche siguiente para
terminar de cavar la tumba. Tuve que
agrandarla para poder introducir sin
dificultad los dos cuerpos.
Jesús Alonso es un individuo disperso y de inquietudes literarias, escribe poemas y prosa, es además baterista en Corcobado, Les Rauchen Verboten, Leone y Spanish Crooners y Erizonte.
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