Hoy es diciembre y Benjamín Leandro se asoma al precipicio de su cama. Despacio, despacio!! Se dijo.
Otea el día de cintura para abajo. Ríos de vértigo al mirar su rostro. Está nadando, inundado de lágrimas.
Sus miedos imponen cual inmensa montaña, más tiene un cielo para cubrir la ventana donde estuvo nublado. Es diciembre y Benjamín Leandro ha caído sobre la noche iluminada de luna. Admite que todo le
arrastra. Casi, ni se dio cuenta de la caída. ¡Vaya! parece que todo se atascó por completo; las palabras y los labios, los sentimientos y la tristeza. Todo ello en ese lugar, rellena su pobre afecto.
Hoy es diciembre y este año son mínimos los días en los que ha llovido, por consiguiente, él pertenece a una mala cosecha, sobre todo desde que
sintió no poder levantar la mirada al futuro, dar un paseo en la dirección correspondiente, en la dirección adecuada.
Despacio, lentamente, se da a caminar por la habitación. Partir vacío, retirarse limpiamente. Entre hombro y hombro sigue estando él.
Hoy es diciembre y Benjamín Leandro enciende un cigarrillo sin filtro traído del otro lado del charco, es un paquete de aspecto mexicano. Le atrae su cajetilla ilustrada con un marino a pie del faro que custodia. Se encuentra en la parte superior de la azotea del mismo, sentado; halo de luz y un collar de humo le seducen, le envuelven. Todo lo que tiene que hacer es observar el futuro. Alza la vista mientras saborea uno de esos cigarrillos de cuerpo corto. Su cara está siempre inmersa en un gesto amistoso. El collar de humo envuelve un ancla sobre el cielo nocturno, conectada con pasión a las nubes. Pero la virtud de todo confín de belleza es acabar con nosotros a base de nicotina y estrellas. Es como decir “todo lo que tienes que hacer es saborear toda esta belleza mortal”.
Hoy es diciembre y su brillantez no se expresa como una cajetilla de tabaco traída desde la tierra de la Luna. Su deseo parece ser continuar amando viejos tiempos.Cuando se mira hacia el antaño y la nostalgia, éstos mantienen una conversación a buen ritmo en el tiempo, y se encuentra, navegando por unmar de lágrimas para acabar de naufragar bajo las sábanas de franela, bajo manso aliento fresco de madrugada.
Hoy es diciembre. Es fácil que una sensación se convierta en vida, en pura sangre viva. Es fácil preguntarse cual viejo poder le empuja a ello. Y se encoje de hombros vagamente, sentado en el “mejor, no saber nada, seguir siempre hasta el final”. No tiene el menor interés en una respiración de alta tensión perecedera. Hoy es diciembre; un beso asesino, amigable. Es respiración delgada caída en la noche, fetiche de aliento inesperado, de labios que escuchan y viven grapados los unos a los otros. Y en algún lugar será primavera.
La mitad real, la otra mitad... bueno, no parece un error mientras flote una completa fantasía sobre ella, además tiende a un cierto contraste con su virtud de amar viejos tiempos. Antaño y nostalgia.
Hoy es diciembre, y una cohesión purgada de su cuerpo es lo que le empuja a no querer este día, ni dedos de sol sobre la piel que rondará hasta Dios sabe cuando.
En el momento que despertó por primera vez, era diciembre, y el día era un sentimiento que no le decía nada, era, el punto culminante. Y explotó... Explotó en expansión hacia ninguna parte para caer en una luz, al principio tenue, después aumentaba gradualmente el brillo, y la condensación fue la noche iluminada de luna.
Tímido, el sentido de la plenitud llegaba y el deseo no lejos de cantar calma, sosiego como pájaros o más lejos aún. Incluso ahora en este mismo instante, se convirtió en la misma persona que conoció en diciembre, cuando yacía en la cama, cuando inventó crepúsculos en un sin fin de ojos despiertos. El mismo tipo esperando a otro tipo frente a un espejo. Sonrieron sin ayudarse cuando se sintieron extraños, y a pesar de que ninguno actuó cordial, a pesar de las palabras, a pesar del uno por el otro, sólo se reconocieron por sus voces de plata.
Hoy es diciembre. Benjamín Leandro cayó en la noche iluminada de luna, en su sueño de papel, en su imaginario hogar de ladrillo rojo inventado.
Cayó en el sentido menos abstracto, atraído por el perfume del mismo tipo que le esperaba al otro lado del espejo. De hecho, su cuerpo estuvo inmóvil, frente a frente. Es su arma favorita contra su homólogo. Es como el frío contra montañas cubiertas de frío, musgo, y nieve solitaria.
¿Qué auroras vendrán a iluminar su cuerpo cuando no se trate de la noche?. Siempre ha querido abrazar al niño que está en el fondo de sus latidos. Abrazarlo para que nada de él escape. Pero Benjamín Leandro no es eterno, nadie es eterno, nada lo es, y un latido azul le arrastró hasta la escasa lluvia, hasta el invierno calvo de hojas.
Hoy es diciembre y no puede pensar mientras se cultiva la brecha del dolor o trata de probar el beso de escarcha robado a la medianoche. No puede volver al imaginario hogar de ladrillo rojo inventado, de cientos de ventanas rodeadas de edificio soñado, como aliento de verdugo.
No puede volver por mucho que ya flotaba en el aire cerca del techo con cierto aleteo nervioso y piel animal, con sangre animal. Un aire que crecía.
Un aire que sólo había obviado junto al aire que inhaló. Un aire alrededor de la luz esponjosa que dispersó la noche, que difuminó su aspecto.
Hoy es diciembre, y se encuentra de nuevo con los pies colgando desde su cama/precipicio. Vive en forma de hielo y su voluntad está en alguna parte de la oscuridad.
En algún oscuro rincón. Ah... Maldito romántico!! Nadie es eterno tras alcanzar la paz bajo el fervor del sol.
Así pues, su cerebro es un taladro que gira murmurando “esto es el final”.
Benjamín Leandro se marea y desmaya. Vuelve en sí. Mira alrededor fingiendo no escuchar, pero como si algo recordase. Ya superado de nuevo el precipicio de su cama, lucha sentado, tomando el té de la tarde, con el cuerpo inclinado esperando solo un verso de tranquilidad. Se marea y desmaya.
Vuelve en si. Se marea y desmaya. Siempre pensó ocultar todo lo malo y con escasa fiabilidad, hablar con su yo del pasado, ¿cuándo comenzó todo esto? Los impulsos de sangre pura, la lluvia torrencial que nunca llega o el amor por las sacudidas; en definitiva, todo ese truco publicitario triste que alcanza su valor usando muerte, límites infinitos y grotescas sonrisas, que engaña a una multitud demasiado excesiva de payasos tristes.
Jesús Alonso es un individuo disperso y de inquietudes literarias, escribe poemas y prosa, es además baterista en Corcobado, Les Rauchen Verboten, Leone y Spanish Crooners y Erizonte.
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